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Enzo Sarmiento

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La pestaña oculta (FeriaDelHilo)

May 31, 2018

Esta historia no es una historia cualquiera, está escrita a base de tweets ¿por qué? para participar en el concurso #LaFeriaDelHilo, espero que os guste. 


Os voy a contar lo que ocurrió durante mis primeros días como fotógrafo para un periódico. Llamaremos a la historia: “La pestaña oculta”.

Dentro hilo. 

Todo comenzó hace un par de semanas. Había conseguido un trabajo (“non era sen tempo!”, como decimos en Galicia) pero debía cambiar de ciudad de un día para otro. Todo era emoción y felicidad menos por la parte de buscar y pagar piso. 

Encontré un alquiler decente y dentro de mis posibilidades.Tenía trabajo, casa  y un cargamento de tuppers en el maletero como para sobrevivir a un desastre nuclear. Cobraba, pero no como para ir despreciando comida gratis.  ¿La vida me sonreía? Debí sospechar.

Empezaba una nueva etapa. Las previsiones para mi primer día de trabajo eran bastante fáciles de llevar: rueda de prensa de la fiesta popular de turno, el típico político posando para la foto y poco más. Pobre de mí, no sabia la que se me venía encima.

Agradecí la poca actividad, era nuevo en la ciudad y la orientación no es una de mis virtudes. Nunca me he llevado bien con esa señorita que trabaja en Google Maps. Lo hemos intentado pero no somos compatibles, nuestros destinos van en direcciones opuestas. 

Pero aquel día los astros se alinearon y conseguí llegar a cada acto a tiempo y sin problema. A todos menos a la presentación de un nuevo grupo de teatro infantil en un centro cívico de las afueras. Estaba perdido…

Recuerdo que era la cuarta vez que pasaba por aquel parque, y la cuarta vez que pisaba la misma mierda de perro. Empezaba a desesperarme. Aquello ya se parecía más a mi vida, a la real, y no a este “Show de Truman” en el que estaba viviendo. 

Imagino que mis lloros y lamentos alertaron a una señora muy maja, que también acudía al evento, y se ofreció a hacerme de guía. Supuse que era la abuela de alguno de los actores, qué equivocado estaba… 

Conseguí llegar al acto a tiempo y, pequeña crisis a parte, todo fue perfecto, el mejor “primer día” de mi vida. Pero la tranquilidad duraría poco…

Exactamente un día. El trabajo parecía ir genial menos por un pequeño detalle, LA SEÑORA. Lugar al que tenía que ir, lugar en el que se aparecía. 

Al principio no le di importancia, “será casualidad”, “le habré caído bien”, “es una ciudad pequeña”, “tendrá el sueño de aparecer de extra en las fotos de prensa”… intentaba autoconvencerme pero estaba acojonado. 

Había pasado una semana y allí seguía, haciendo acto de presencia. No hablaba, solo miraba fijamente y siempre, siempre, con una sonrisa. Empezaba a hartarme. En mi primer día libre decidí ponerme a investigar. Spoiler Alert: el descubrimiento no fue de mi agrado. 

No aparecía en ninguna foto, se apreciaba el hueco que debía ocupar pero ni rastro de LA SEÑORA. Más de 400 disparos y nada, desaparecida en combate. 

No dormía, no comía y mis fotos eran un desastre. Vivía nervioso bajo su atenta mirada y su sonrisa Profident. ¡Menuda semanita! Y para rematarla por todo lo alto me llama la casera por una irregularidad en el contrato. 

Me acerqué hasta su casa a la salida del trabajo y cuando me hizo pasar al salón me quedé frío. 

Encima del mueble de la televisión pude ver la foto de un matrimonio. ¡Era ella! ¡LA SEÑORA! Allí estaba, mirándome, como los últimos siete días de mi vida. 

—Son mis padres. El piso en el que vives es suyo. 

 

—Creo que me he cruzado alguna vez con tu madre. ¿Sigue viviendo por la zona?

—Lo dudo, mis padres murieron el año pasado en un actividad de escalada que organizó el Concello. 

 

Noté el vómito subiendo hacia mi boca, o pudo ser el propio estómago, no lo recuerdo con exactitud. Fue todo muy desagradable.

No me atreví a contarle nada a aquella mujer sobre LA SEÑORA. Pensaría que era un loco que se estaba quedando con ella: “mire, disculpe, en ocasiones veo a su madre muerta. Feliz, pero muerta”. Información de mal gusto que se le llama.

Fue tan agradable conmigo que ni me importó la subida de 50€ de alquiler. Aún así, necesitaba salir de aquel piso cuanto antes. Conseguí escapar y al salir del portal se me apareció; justo delante y SIN sonrisa.

—No te quedes en la superficie. Si puedes verme, dispara. 

Trataba de controlar mis esfínteres mientras intentaba descifrar el mensaje en clave de aquel espectro de la tercera edad. Recuerdo controlar el ataque de histeria que se estaba formando en la boca del estómago y sacar la foto. ¡La tenía! ¡Esta vez la tenía! ¿La tenía?

Corrí a casa para ver la foto en el ordenador, pero al abrirla LA SEÑORA desaparecía. “¿Cómo? ¡Pero si estaba ahí, la acabo de ver! ¿A dónde ha ido?” 

Me estaba volviendo loco. Volví a revisar la foto muy detenidamente. La abría y la cerraba para ver como desaparecía ante mis ojos. Parecía uno de aquellos cromos de “Harry Potter” en los que podías ver al mago y al minuto siguiente se había ido a seguir con su rutina diaria.

“¡Esperad, he visto algo!”

LA SEÑORA desaparecía de una forma muy concreta, se iba hacia la izquierda, hacia la ventana de información. Recordé sus palabras: “no te quedes en la superficie”. Repasé los metadatos de la foto y descubrí una pestaña oculta muy perturbadora. 

La pestaña ponía lo siguiente: 

“FFE: Lourdes, 11.45, 1/6/18, Plaza Mayor. Obras” 

Miré el calendario, estábamos a día 31, ¿qué significaba aquello?

 

Por primera vez busqué a LA SEÑORA. Necesitaba respuestas. La llamé, jugué a la güija, hice espiritismo, eché las cartas, pero nada, no había manera. La mujer se hacía de rogar. No me quedaba otra, debía seguir las indicaciones de LA PESTAÑA. 

 

11.44  La Plaza Mayor parecía igual de aburrida que de costumbre. Sí, había obras, pero ¿en qué ciudad que se precie no las hay? 

11.44 Recorrí cada esquina con la mirada y nada, todo tranquilo. 

11.45 Un fuerte ruido resonó en todos los rincones de la plaza. 

 

Una hormigonera había volcado y bajaba sin frenos por la calle principal. La calle estaba vacía, pero entonces… 

Lourdes, la hija de LA SEÑORA se llamaba Lourdes, giró hacia la plaza en una de las calles. La hormigonera se acercaba a ella, sin frenos, ganando velocidad y escupiendo cemento. 

Salí disparado y gritando como un loco hacia ella. Llevaba auriculares y no podía oírme. Sin darme cuenta tenía la hormigonera pegada a los talones, ahora ya sé lo que sintió Indiana Jones con la dichosa roca… “¡Vamos a morir todos!” grité a la vez que tropezaba con mi propio pié. 

Caí al suelo rodando, despellejándome rodillas y codos. Mereció la pena, gracias al golpe me desvié de la trayectoria de la hormigonera, mis gritos de dolor alertaron a Lourdes y esta pudo salvarse de una muerte inminente. 

Cuando Lourdes se acercó a ayudarme pude ver a LA SEÑORA dándome las gracias y  sonriéndome por última vez. Parece ser que lo del “ángel de la guarda” es real.

Pero la cosa no acaba ahí. Ojalá… 

Volví a casa con un cargamento de Trombocid e ibuprofeno para mis heroicas magulladuras y me senté en el sofá. Cogí el ordenado y eliminé todas las fotos de LA SEÑORA. Al cerrar la tapa del portátil, en medio de mi salón, se apareció un hombre de mediana edad. 

“Otra vez no…”

Disparé, importé foto y allí estaba aquella pestaña oculta, “FFE (descubrí que significa: Final Fatídico Evitable): Gonzalo 7/6/18 - - -” Faltaban datos que por lo visto debía descubrir. 

Parece que todos tenéis ángeles de la guarda vigilando y han decidido ponerse en contacto conmigo. Pobres… ¿a quién se le ha ocurrido ponerme al mando? A ver, el listo, que se manifieste. 

Esperad, pero qué…

¿Eso es otra pestaña? “CYC”. Algo me dice que la vida de fotógrafo no va a ser tan bonita como esperaba… no sé de qué me sorprendo, esto es Galicia, “mouchos, coruxas, sapos e bruxas...” Por lo menos siempre tendré noticias que cubrir. Seguiré informando de próximas pestañas.

Por cierto, si conocéis a algún Gonzalo decidle que esté alerta, soy nuevo y estoy empezando, tengo un master en provocar desastres no en evitarlos.

Y una última cosa, si habéis llegado hasta aquí enhorabuena, sois un público estupendo. Y ya que estáis, si no es molestia y queréis más historias, podéis seguirme en Twitter @EnzoSarmi. 

Tags FeriaDelHilo, Twitter, Twitteratura, fotografía, ficción, misterio, fotoperiodismo, comedia, humor
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Recuerdos de viajes mejores

May 13, 2018

Hace unos días, mientras esperaba en una cafetería, escuché por casualidad la conversación de un grupo de adolescentes que organizaban un viaje al extranjero para el mes de agosto. Parecían tenerlo todo muy bien planeado y estar muy seguros de sí mismos. Eran sus primeras vacaciones juntos y estaban convencidos de que iban a ser épicas. Me invadió la morriña y me puse a rescatar los recuerdos sobre mis primeros viajes, más concretamente, sobre mi primer viaje con amigos. 

Para mí, el mes de agosto siempre ha sido sinónimo de diversión, de planes, de libertad y a lo largo de mi vida una de sus semanas estaba reservada para las vacaciones familiares. Durante mis primeros años los destinos no eran muy elaborados, viviendo en el interior de Galicia los más populares eran la playa y Portugal; o la playa en Portugal. Cualquier destino que implicase agua era bien recibido. Corre el falso rumor de que en Galicia solo llueve, pero nada más lejos de la verdad, solo hace falta recordar la crisis del 98, año en que las abuelas gallegas acabaron con las existencias de factor 50. Todavía recuerdo el dulce sabor de la Nivea en mi boca. 

Para evitar posibles intoxicaciones y huir del calor de Galifornia, mis padres hacían las maletas y emprendíamos ruta al destino seleccionado. Horas y horas encerrados en un coche sin aire acondicionado, donde las combinaciones musicales iban desde Depeche Mode hasta los Pitufos Maquineros pasando por un bucle infinito del Barbie Girl de Aqua. No nos juzguéis, todos tenemos un pasado, me gustaría ver vuestras listas secretas de Spotify. El caso es que por muy asfixiante que parezca, esas semanas tuvieron dos efectos muy importantes en mi: adoptar como propia la personalidad del Pitufo gruñón, y desarrollar un amor incondicional hacia los viajes. A día de hoy ninguno de ellos me ha abandonado. 

Este amor me llevó a hacer ese primer viaje del que os hablaba. El primero sin la supervisión de un adulto responsable. Tendría 18 o 19 años, el destino era Londres y me acompañaban siete amigos, cuatro de los cuales eran parejas, parejas que hoy en día ya no siguen juntas.  Éramos unos jóvenes aventureros, un poco paletos y con ganas de salir de Galicia para descubrir los rincones secretos de la vieja Gran Bretaña. Pero el destino no nos lo iba a poner fácil y antes teníamos que hacer una pequeña parada: Portugal. Como veis es un must en la vida del gallego. Es como esa ruptura que te cuesta superar. No aceptamos que lo nuestro se ha acabado, no estamos preparados para firmar los papeles del divorcio y hacerlo definitivo aferrándonos a excusas absurdas para vernos: que si toallas, que si manteles, que si el bacalao a la portuguesa… es duro, no os voy a mentir. La dependencia es tal que, por votación popular, el principal aeropuerto de Galicia no está en Santiago, está en Oporto, y fue ahí donde empezó todo.

Un coche, un avión y un bus nos trasladaron de las meriendas de la abuela al té con pastas del Buckingham Palace. Lo habíamos conseguido, estábamos allí. Habíamos atravesado un océano para visitar un país desconocido y nuestra primera gran observación fue: “¡mirad, mirad! ¡Vacas!”. Edificios icónicos del imaginario popular, un popurrí de acentos cantando en nuestros oídos, pero nosotros nos fijamos en las vacas. Llevábamos la palabra TURISTA escrita a fuego en la frente. Tras deleitarnos con la fauna local, y con las vacas, el bus nos dejó en Victoria Station para disfrutar de los que creíamos que iban a ser los mejores cinco días de nuestra vida.

Y allí estábamos los ocho en Victoria Station, un grupo de jóvenes adultos nacidos en los 90 que tenía como referente en la vida dos grandes obras maestras del panorama televisivo: “Friends” y “Los Simpson”. Nuestro grito de guerra era aquel “London Baby!!!” que Joey repetía y repetía en “El de la boda de Ross”. Lo que no sabíamos era que en aquel preciso momento, en aquella estación de Victoria, Joey y Ralph eran miembros honoríficos de MENSA comparados con nosotros. 

Pasaron 45 minutos hasta que nos dimos cuenta de que el lugar al que estábamos dando vueltas no era la estación, era un parking (bastante siniestro). No habíamos pasado ni dos horas en tierras británicas y ya nos habían timado en un Subway y éramos incapaces de encontrar la puerta de entrada a la estación, el viaje prometía. El ambiente se caldeaba, los nervios estaban a flor de piel, pero gracias a un amable señor que paseaba por aquel aparcamiento, situación que vimos como algo de lo más normal y que omitiríamos en la llamada de rigor a nuestros padres, encontramos la puerta que nos llevaría a la fase dos: el metro.

¿Recordáis la cara de Harry Potter la primera vez que cruzó el andén 9 y 3/4? Pues nosotros igual pero con un futuro menos prometedor esperando al otro lado. Un paraíso de tiendas, cafeterías y trenes se abrió ante nosotros. Os ahorraré la hora extra que fue el desastre de sacar los tickets, descifrar el mapa del metro y elegir el color de la línea que nos vendría mejor. Yo elegí la azul porque es un color que, según mi madre, me favorece, y si lo dice mi madre seguro que nos llevaba a buen puerto, pero no me hicieron ni caso. Después de un largo intercambio de opiniones en el que hubo llantos, risas y un caso agudo de exaltación de la amistad causado por un subidón de cafeína gracias a un supuesto decaf del Subway, acabamos en la línea negra. Ahora lo pienso y sigo sin comprender nuestra ignorancia ante los efectos que este viaje provocaría en nuestra amistad, era la crónica de una ruptura anunciada.

El color de la línea de metro debió darnos alguna pista, pero ignorábamos las señales, estábamos demasiado ocupados intentando encontrar el hotel. Tardamos pero lo encontramos. El barrio parecía el lugar perfecto para una convención de asesinos presidida por Jack el Destripador, pero nos había costado demasiado llegar como para ponernos exquisitos. «Si quieren un riñón extirpen sin molestar». Decidimos colgarnos las cámaras al cuello, guardar, mapas, libras y la chaquetita por si refresca y nos echamos a las calles londinenses con la mejor de las actitudes. Actitud que nos duró el trayecto del hotel al primer cruce, que traducido fueron unos 10 minutos, o dos canciones y media de los Beatles, que es lo que suele sonar en mi cabeza en momentos de estrés. Mientras decidíamos si tomar la calle A, la B, la C o la D yo tarareaba Yesterday recordando tiempos mejores. Divisamos a lo lejos Tower Bridge. Ahora era real, estábamos en Londres.

Esa primera noche tuve un sueño en el que dos vacas compartían una cena romántica mientras sonaba A Hard Day’s Night. En el menú cada una de ellas compartía con la otra la mejor parte de su solomillo y todo ocurría bajo la luz de la luna en un parking abandonado. El universo me hablaba, me mandaba señales luminosas pero, como de costumbre, lo ignoré y pasó lo que pasó. 

Durante los siguientes cuatro días ocurrieron situaciones como: 

  • Ataque de cuervos en la Torre de Londres.
  • Discusiones sobre el menú de la comida. 
  • Discusiones sobre el menú de la cena. 
  • Discusiones. 
  • Confusiones con el cambio de hora
  • Confusiones con las líneas de metro. 
  • Desapariciones en las líneas de metro. 
  • Horas de colas interminables con resultados decepcionantes.
  • Decepción a la hora de mear y descubrir que cobran por ello. 
  • Encuentro obligado con otros gallegos (hai un galego na lúa).
  • Más discusiones. 
  • Sonrisas falsas para las fotos.
  • Sonrisas falsas entre nosotros
  • Muchos: “Mamá, Papá, estamos bien”
  • Y otras situaciones, que repito, eran la crónica de una ruptura anunciada.

Fueron cinco días intensos que no dejaron indiferentes a nadie. En esos cinco días hicimos planes para irnos unos años a estudiar allí, planes para mudarnos a Londres de por vida, planes para robar las joyas de la corona, planes para acabar con tus amigos y colgarle el muerto a otro... los planes fueron degenerando con el paso de los días. Como ya he dicho, fue todo muy intenso. 

Echando la vista atrás puede que el viaje no fuese tan memorable como creía recordar, puede que volviésemos a casa siendo un grupo de amigos mucho más reducido que el de aquellos ocho soñadores que salieron de Portugal, pero la satisfacción de haber sobrevivido en el mundo real sin la supervisión de mamá y papá, y las ganas de repetir, no nos las quita nadie. Por eso, tras esta retrospección vacacional, me apuesto un bote de Nivea a que el viaje de estos chicos acabará en catástrofe, aunque ellos no se darán cuenta hasta años después, hasta el día que, esperando en una cafetería, escuchen a un grupo de adolescentes organizando su primer viaje y les haga recordar los fatídicos días de aquel mes de agosto. 

Nota: Los ocho amigos mencionados en la historia regresaron sanos y salvos a sus respectivas casas, no sin antes pasar por Portugal.

Tags travel, viajes, writing, escribir, ficción, lifestyle, galicia, londres, amigos, aventuras, portugal, verano, summer
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La Muerte ha salido un momento

April 27, 2018

EPISODIO I

Eran las once de la mañana en el Hospital de Nuestra Señora de la Paciencia. En el pasillo dos del tercer piso, en el nuevo servicio de dermatología, un grupo de pacientes esperaba impacientemente su turno. Todos menos una. Se llamaba Angustias, tenía 75 años y una dermatitis crónica que la catapultaba a los primeros puestos de la lista de espera, día sí y día también. Era la única en aquel pasillo que sabía con certeza que la iban a atender. Angustias tenía dos nietos de los que presumía cada vez que alguien le daba la mínima oportunidad, y si no se la daban también. Orgullo de abuela decía. El mayor era policía nacional y la pequeña se abría camino en el negocio de las funerarias, aunque su sueño era convertirse en detective privado, como su abuelo. 

Aquella mañana, Angustias ya tenía en el punto de mira a su próxima víctima. Habían coincidido con anterioridad pero nunca se había atrevido a dirigirle la palabra. Era la única persona con la que no había sacado a relucir las fotos de sus nietos. Angustias vio su oportunidad y se acercó a ella. La mujer vestía de negro, su ropa era lo único que la diferenciaba de la pared, estaba tan pálida que más de uno contactara con la morgue avisando del extravío de un cadáver. A Angustias no le molestaba el aspecto mortecino de su nueva compañera, mientras tuviera un par de oídos que prestarle se conformaba. Se sentó a su lado y comenzó con su retahíla de halagos y alabanzas, supuraba orgullo por cada arruga de su cuerpo, y no eran pocas, pero su amiga no compartía el mismo entusiasmo, «que se lleven a esta señora de aquí», pensó, pero lo que no sabía era que aquel día, el destino no iba a estar de su parte. 

En aquel mismo instante, a kilómetros de allí, un hombre entraba apresurado en el despacho de su jefe. 

—¡Con esta ya van ocho, Señor! Creo que debería permitirme investigar —dijo mostrándole el informe a su superior.

—Ya estamos… Le repito que son coincidencias. Gente con suerte, o con poca suerte en este caso, no hay nada que investigar —le contestó cerrando la carpeta y apilándola en el montón de casos «ParaLuego».

—Sin ofender, Señor, pero esta persona ha saltado de un décimo piso y lo único que ha necesitado ha sido una biodramina por el cambio de presión. Y no es la primera, también tenemos un disparo en la sien, una sobredosis, un…

— Mire, si me va a dejar en paz, haga usted lo que le de la gana, pero ahora déjeme desayunar tranquilo que se me enfría el café —El comisario abrió uno de sus cajones, y sacando una bolsa llena de croissants, le hizo un gesto para que se fuera.

—Gracias, Señor. Qué aproveche, Señor. 

—Lárguese —dijo mojando uno de los cuernos del pastel en una inmensa taza de desayuno. 

Moure salió del despacho de su jefe dispuesto a resolver aquel misterio costase lo que costase. Tenía a su disposición una bicicleta, un móvil sin datos y dos vales descuento para café. No era mucho, pero se las apañaría, era un investigador nato, o eso creía él. 

No lo era. 

Al volver a su mesa recopiló toda la información que tenía sobre el caso y la desplegó por la pared, como en una de esas series de la tele que tanto le gustaban, creía que así ayudaría al proceso deductivo. 

No lo hacía. 

Colgó los nombres de las víctimas acompañados por un dibujo hecho a  mano a modo de identificación, ya había agotado el cupo de folios del mes y no podía imprimir las fotos. Allí se podían ver ocho dibujos pertenecientes a ocho víctimas de suicidio que, muy a su pesar, dejaron este mundo durante cinco segundos para regresar a él con simples rasguños y magulladuras, algo que no entraba en sus planes ya que buscaban una muerte mucho más… definitiva. 

Nadie parecía darle importancia a aquellos sucesos excepto Moure. El primer suicidio llamó su atención. El encargado de la exposición «Vuelva a la Edad Media», un hombre de unos cuarenta años, decidió hacer uso de la guillotina para poner fin a su historia. La policía se enteró de lo ocurrido cuando una de las asistentes a dicha exposición llamó escandalizada alegando que la cabeza de un hombre se paseaba a sus anchas por el baño de mujeres. Rodaba de cubículo en cubículo dejando un reguero de sangre a su paso a la vez que gritaba «ayuda» y «disculpen las molestias». Al llegar los de la ambulancia se lo encontraron de animada conversación con la agente al mando, por lo visto habían estudiado en el mismo colegio y se estaban poniendo al día. Mientras, el resto de la patrulla buscaba su cuerpo, al que encontraron poco después asistiendo a una visita guiada con una clase de primaria.

Ni en la comisaría ni en el hospital parecían sorprendidos. «Un accidente como otro cualquiera», «un mal corte», decían. Le cosieron la cabeza dejando como única prueba de los hechos una fina cicatriz que rodeaba el cuello. Tras este suicidio llegó otro, y otro, y otro… Moure guardaba cada informe, cada dato interesante con el que se cruzaba, intentaba, sin éxito, que sus compañeros se implicasen en la investigación, pero a ninguno de ellos le llamaban la atención aquellos extraños suicidios. Gracias a su insistencia, consiguió que le prohibiesen el acceso a los archivos y que revocasen su invitación a la quedada semanal de los viernes noche. Ya no podría participar en el campeonato de paintball, y todo por pesado. Pero a él no le importaba, estaba demasiado inmerso en el misterio de los siete (ahora ocho) supervivientes.  Durante semanas buscó conexiones entre las víctimas, pero no encontró nada, si quería probar alguna de sus teorías iba a necesitar ampliar su línea de investigación, y para ello sabía perfectamente a quién acudir. Salió de la comisaría, se montó en su bici y empezó a pedalear calle arriba. 

 

Habían pasado dos horas desde que Angustias y su nueva amiga empezaran a hablar. Más bien, habían pasado dos horas desde que Angustias hablaba. Solo se había callado para hacer las presentaciones y para tomarse la pastilla de la tensión. En aquel momento narraba la historia del entierro de su Paco, un entierro precioso y muy ameno. 

Paco era un detective privado que murió a causa de unas complicaciones cardíacas tras un fuerte shock, o lo que es lo mismo, se fue al otro barrio gracias al susto de muerte provocado por sus familiares al gritar «sorpresa» el día de su setenta cumpleaños. Dejó por escrito que su funeral debería ser una búsqueda del tesoro en honor a sus años como detective. Sus familiares y amigos tendrían que seguir una serie de pistas que los llevarían hasta el lugar exacto en el que se encontraba esperando su cuerpo para ser enterrado. Tardaron tres días en encontrarlo, y cuando lo hicieron le faltaba una pierna. A día de hoy el caso del miembro desaparecido sigue abierto, pero eso sí, el funeral fue precioso. 

Eme, que así se llamaba la nueva amiga de Angustias, empezaba a impacientarse. Llevaba tres meses, cuatro días y dos horas en aquella sala de espera, tenía cosas que hacer, responsabilidades que no podía dejar de lado, pero cada vez que intentaba hablar con la enfermera, aquella vieja cotorra la acaparaba con sus historias y sus pastillas para la tensión. Una foto más de aquellos dos paletos y acabaría estallando. Justo antes de que Angustias llegase a alcanzar su álbum de fotos, un grito agonizante resonó as su lado en el pasillo. 

—¡Ayuda! ¡Por favor! ¡Un médico! ¡Oxígeno! ¡Algo! ¡Lo que sea, pero rápido! —gritaba una paciente mientras corría en círculos rodeando el cuerpo de un hombre de mediana edad que permanecía inmóvil en el suelo. 

—Cálmese y siéntese, no sea histérica —dijo Eme, que había aprovechado el grito como vía de escape y ya estaba agachada junto al cuerpo. 

Sus palabras produjeron un efecto tranquilizante en la mujer quien, muy lentamente, dejó de correr, se acomodó en una de las sillas y no volvió a abrir la boca. Los médicos seguían sin aparecer y Angustias había salido corriendo. Eme se acercó lentamente al hombre que continuaba en el suelo sin respirar. Se remangó dejando ver sus escuálidas extremidades y dirigió sus manos hacia el pecho del paciente sin llegar a tocarle.  

—Este hombre está…

—¡Salvado! —vociferó Angustias disfrutando su entrada triunfal y apartando a Eme del cuerpo para dejar paso a los médicos que la seguían. 

Los médicos se pusieron manos a la obra bajo la atenta mirada de todos los presentes. Eme miraba a Angustias con odio, pero no con ese odio pasajero que experimentas bajo grandes cantidades de estrés, no, odio de verdad. Apretaba los puños clavándose sus propias uñas, era ella o Angustias, al fin y al cabo la vieja tenía un nieto policía, no quería tentar a la suerte y tener que aguantarlo a él también.

 Los médicos seguían intentando estabilizar al hombre pero nada parecía funcionar. Uno de ellos dejó todo lo que estaba haciendo y dirigiéndose hacia los demás pacientes dijo:

—Es demasiado tarde, deberíamos avisar a…

—¡Dios! ¡Qué horror! Siempre se van los mejores. Lo mismito le pasó a mi Paco—gritó Angustias abrazándose a Eme.

Eme intentaba escapar de las garras de Angustias, Angustias narraba para todo el pasillo la historia del último suspiro de su Paco, y el hombre muerto tirado en el medio del pasillo abrió los ojos. Se despertó, se levantó, se estiró y sacando un papel del bolsillo, como si no hubiera pasado nada, dijo: 

—¿Ya me han llamado?

—¿Fernando García? —preguntó la médico saliendo de la consulta.

—Sí —contestó el hombre

—Pase. 

 

Moure dejó la bicicleta aparcada en un árbol frente a la funeraria. Al entrar, un hombre bajito con un traje de color marrón, horrible, lo esperaba tras el mostrador. Estaba incómodo y no dejaba de moverse.

—¡Buenos días!…o no. Depende. ¿Le acompaño en el sentimiento? ¿Está familiarizado con nuestros servicios?—El hombre titubeaba. No era muy espabilado. 

—Julián, relájate, la gente que entra por esa puerta acaba de perder a un ser querido, tienes que darle facilidades no someterlos al tercer grado. 

—Lo sé, Moure, pero es que lo mío son los muertos. Los limpio, los visto, los peino, los…

—No sigas, por favor. No quiero ser yo el que te detenga. Berni no me lo perdonaría ¿Dónde está mi hermana?

—En la oficina…creo. 

Berni era el dueño, estaba en una convención de urnas funerarias y había dejado a Julián al mando. No era el más competente pero sí el empleado con más antigüedad; y su hijo. La funeraria ocupaba gran parte de un bajo muy amplio pero oscuro, no era el mejor lugar para visitar tras la muerte de un ser querido. Tenían un catálogo con fotos de los clientes utilizando sus productos y proyectaban vídeos de los funerales que habían organizado con testimonios de los asistentes. Lía llevaba más de seis meses trabajando allí y estaba muy contenta. Había hecho muchos contactos en el mundo fúnebre y todos la apreciaban como profesional y como persona. 

Moure entró en la oficina y se encontró a su hermana hablando por teléfono.

—A ver, abuela, los milagros NO existen. ¿tú estás segura de que el hombre estaba muerto? No, nunca dudaría de ti… Abuela, te tengo que dejar, ha llegado Fran. Sí, de tu parte. 

—¿Qué ha pasado?

— Algo de un hombre muerto en un pasillo. Creo que la abuela empieza a chochear, deberíamos empezar a mirar residencias. Algo bonito, con jardín.

— ¿Muerto? Estás segura de que dijo muerto. 

— Sí. Un poco muerto, casi muerto…¿medio muerto? 

— Decídete

— No, que se decida él. Si te mueres, te mueres y punto. No juega uno con los sentimientos de los demás.

— Lo sabía. ¿Hace cuánto que no entra un cadáver por esta puerta?—Dijo Moure apoyándose en el ataúd de exposición. 

—Mmm no sé ¿un par de meses?

— ¿Y no te parece raro?—dijo a la vez que intentaba abrir el ataúd —. Estos ataúdes deberían estar ocupados por…

La tapa del ataúd se abrió de golpe y Moure saltó hacia los brazos de su hermana. Lía lo dejó caer al suelo, estaba acostumbrada a los ataques de pánico de su hermano mayor. Se acercó al ataúd en busca de respuestas y cuando se iba a asomar, un hombrecillo trajeado salió disparado como un resorte poniéndose en pié a su lado. Le daba a Lía por la cintura, era calvo y con la nariz puntiaguda, a primera vista recordaba a un pingüino. El hombrecillo se sacudió el polvo del traje y miró a los hermanos, que no daban crédito de lo que estaba ocurriendo. 

—¡Por Fin! Menos mal que estabais aquí, muchísimas gracias, os lo agradezco de verdad, he olvidado la llave y no era capaz de salir. Me llamo Earl Encantado —dijo el hombrecillo ofreciéndole la mano a Lía. 

— ¿Earl? Permíteme una pregunta —dijo Lía recuperando la compostura —¿Quién cojones eres? ¿Y qué coño hacías en nuestro ataúd? 

—¡Oh! Disculpa mis modales, no era mi intención crear confusión. Te contestaré encantado pero antes debo apuntar que eso son dos preguntas —dijo Earl sacando un bastón y un sombrero de uno de sus bolsillos —. Verás, decir que eso es un ataúd no sería preciso porque… Discúlpame otra vez, no querría ser indiscreto pero, ¿se encuentra bien? —dijo Earl señalando a Moure que permanecía pálido y sin habla detrás de la mesa del despacho haciendo grandes esfuerzos por no desmayarse. 

—Está bien. Está perfecto. Nuestra familia y las sorpresas no se llevan bien. Explícate, ¿cómo que no es un ataúd? —preguntó Lía examinándolo detenidamente. 

— En apariencia lo es, al menos desde este lado del mundo, pero realmente es la puerta al otro lado, al Inframundo; bueno, una de ellas para ser exactos. 

Lía entornó lo ojos y suspiró, no era la primera vez que se cruzaba con un creyente. Cerró el ataúd y comenzó a caminar hacia su hermano, pero Earl la paró a medio camino.

—El motivo de mi presencia aquí es la desaparición de una buena amiga. Puede que la hayáis visto, o tengáis alguna pista de su paradero —dijo Earl haciendo un gesto de agradecimiento con su sombrero.  

—Claro, ahora todo tiene sentido… pues no sé, dime, ¿quién es tu amiga? ¿Un espíritu arrepentido? ¿una ninfa del bosque? —El cabreo de Lía aumentaba con cada palabra de Earl.

—La Muerte.

—¡Lo sabía!—gritó Moure justo antes de perder el conocimiento y golpearse la cabeza contra la esquina de la mesa. 

Lía corrió hacia su hermano. 

—Tranquila. No tienes de que preocuparte, está bien, no puede morir. Nadie puede. 

CONTINUARÁ…

 

 

Tags ficción, escritor, muerte, comedia, surrealismo, novela, writing, amwriting
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Encuentros en la tercera edad

September 2, 2017

Querido Elefante: 

Al llegar a cierta edad la vida no es tan tranquila y simple como dicen. Si te paseas por un centro de salud, por el parque de la vuelta de la esquina o prestas un mínimo de atención al hacer un viaje en autobús entenderás a qué me refiero. Deja que te lo explique con esta primera escena de lo que llamaremos “Encuentros en la tercera edad”: 

ESCENA I

IRENE (75) va sentada en el autobús. Desde la ventana ve a PURI (74) esperando en la siguiente parada. Irene pone los ojos en blanco y suspira. El bus va frenando e Irene practica sonrisas mientras se coloca el pelo y la ropa para recibir a Puri. El autobús se para y Puri sube. Irene, con la sonrisa definitiva, la llama desde su asiento. 

IRENE

¡Puuuri! ¡Puuuuri!!! ¡Aquí! 

PURI

Hombre Irene, cuánto tiempo, te veo bien

IRENE

Ay pues dios te conserve el oído hija… 

PURI

Oh ¿y eso?   

IRENE

Lo de siempre mujer, ya sabes: la espalda, el hombro, el Pedro…

PURI

¿Le ha pasado algo al Pedro?

IRENE

Que es un repunante

PURI

Lo de siempre vamos.

IRENE

Sí hija si. Y ahora voy a la residencia a que me den los resultados de una resonancia que tengo este hombro… no ves que no lo puedo ni mover (lo intenta y se queja de dolor). A ver que me dicen.

PURI

Yo estoy igual con esta rodilla, mira, ni doblarla.

IRENE

Yo no puedo ir ni a la compra. 

PURI

Yo ni subir las escaleras de casa.

La conversación se intensifica. 

IRENE

Yo ni peinarme 

PURI

Yo ni pasear con los nietos. 

IRENE

Yo ni cogerlos en brazos. 

PURI

Yo ni jugar con el gato. 

IRENE

Yo ni jugar con el Pedro...

El autobús pasa por un bache y las saca del bucle. 

PURI

¡Ay! Es que a estas edades ya se sabe ¡solo damos trabajo! Mejor quedarse en casa.

IRENE

Toda la razón.

Se quedan brevemente en silencio

Puri sonríe satisfecha para sí misma.

Irene suspira. Se miran y se lanzan sonrisas falsas.

PURI

Y claro, estando así no iréis a lo del Imserso la semana que viene. 

IRENE

¿A Benidorm? Bueno mujer a mi esto con unas pastillitas se me pasa que voy a la playa no a lanzar jabalina (se ríe). Y al Pedro si le dices que hay comida y vino ya te lo llevas a cualquier parte.

PURI

(sonríe intentando ocultar la decepción) Claro que sí… Bueno, yo me bajo aquí ya pero que sepas que me ha alegrado verte TAN bien. Tú siempre TAN maja. Disfrutad mucho del viaje.

Ahora es Irene la que sonríe satisfecha, la saluda con la mano y hace un gesto de dolor llevándose la mano al hombro. 

Puri le devuelve el saludo, se da la vuelta y saca el móvil del bolso. Hace una llamada.

PURI

(Cabreada) Nada Arturo, sí, sí, muy mal para lo que nos conviene pero ya lleva el bikini por debajo de la ropa, que lo he visto. ¡No! No deshagas nada, tú vete metiendo la sombrilla y la crema del sol, con un poco de suerte la Marta sigue ingresada y le saco los billetes. Como que me llamo Puri que este año no nos volvemos a quedar sin vacaciones. ¡Esa plaza es nuestra! 

Tags teatro, comedia, guión, tercera edad, viajes, imserso, ficción, escritor, obra teatral, microteatro, escena
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